25 sept 2013

Mi verano.

Esta noche me apetece hacer una pequeña reflexión de este corto pero intenso verano.
Empezaré diciendo que ha sido mejor de lo que esperaba pero peor de lo que acabé imaginando. Lo que más he hecho ha sido aprender. Aprender a ser una valiente en cualquier aspecto de la vida. Aprender que la felicidad es la montaña rusa con más altibajos que se haya visto nunca (subimos y bajamos a tal velocidad que apenas nos damos cuenta). Por eso hay que aprovechar la adrenalina que tenemos arriba para que, cuando lleguemos abajo, tengamos las mismas fuerzas en esa cuesta que tenemos que subir para volver otra vez a una de las cimas. No hay descansos. Ni en lo bueno ni en lo malo. He aprendido también que, a veces, de quien más esperamos es de quien menos recibimos, y que eso es lo que nos hace daño. Pero que por otro lado, si no esperamos nada, todo son gratas sorpresas. Me enseñaron además, que si existe la palabra locura es para darle uso y que aunque a veces no salga todo como esperábamos, en compañia siempre será mejor. En mi continuo aprendizaje, hicieron gran incapié en eso de que hay que prestarle atención solo a aquellos que la merezcan. He de decir que al principio no les hice mucho caso (porque estaba haciendo justo lo contrario de lo que me decían) pero en cuanto me dí cuenta de que eran ellos los que me llevaban a la cima de aquella atracción llamada felicidad, nunca mas dejé de atenderlos. Ellos me enseñaron que no importa cuanto tiempo lleven en tu vida sino cuánto tiempo quieren quedarse en ella. Y que la distancia no aleja si ellos quieren permanecer cerca. Entre otras cosas, ellos me han hecho una demostración de lo que significa la palabra amistad. 
Mi verano. 
Con mis pequeños aprendices convertidos en grandes valientes.

9 jul 2013

Soñadora nata.

Nunca he creído en los finales felices y sin embargo no soy capaz de vivir pensando que todo debe acabar mal. Soy una soñadora nata, supongo. Nací creyendo que las pesadillas solo eran sueños que no se habían acabado y que al día siguiente conseguiría un bonito final, es más, solo tenía que cerrar los ojos fuerte y pensar que yo era la superheroína del lugar, así podía con todo y más. Nací creyendo que las palabrotas solo eran palabras grandes que no cabían en la boca de alguien tan pequeña y que todas las verduras verdes, eran plantas, que como las flores, no se debían comer. Pero poco a poco aprendí que esta vida no está hecha para soñadores, que existen los sueños malos que ni los héroes pueden salvar, que existen las palabras feas que te hacen daño hasta al respirar y las verduras que, al no ser como las flores, se deben comer y saborear. Soy una soñadora nata, supongo. Esa es mi descripción más simultánea. Soñar para vivir y que esos sueños se vayan haciendo realidad. Los soñadores, por una parte, tenemos nuestra vida resuelta. No necesitamos ni cerrar los ojos para deshacernos de todo aquello que nos rodea, no lo necesitamos para ver nuestro mundo tal y cómo lo queremos ver. Y eso, queridos amigos, es una virtud. Es tan virtud como, por otra parte, defecto. Defecto porque en algún momento, vuelves. Vuelves al mundo de los No-soñadores. Ese mundo que te aleja. Te aleja de todo lo que tu pequeña imaginación había inventado para tu agrado. Y ahí, querido amigo, ahí es donde te das cuenta de que ese final feliz nunca había existido, y además, como en las pesadillas, ya se había acabado.

Mi reflejo.

Hola. Aquí estas otra vez. “Cuánto tiempo” me limito a decir cuando te veo aparecer. Ironía, supongo. Apareces siempre que no te quiero ver aparecer. Eres como el reflejo de la luna que se mece al anochecer. Bonito, pero oscuro. Libre, pero preso. Preso porque de día te tienes que esconder. Como yo. Mi reflejo. El que nunca sale en un espejo. El que se esconde dentro de cada cuerpo. Mi reflejo. El que aparece cuando te miro en los ojos tuyos. El que aparece en mi risa cuando me alcanza tu sonrisa. Mi reflejo. Cristalino. Sincero. El que llega a una pompa de jabón que se rompe sin control. Desaparece. Mi reflejo, que aparece por la noche para que solo yo me pueda ver. Mi reflejo que no sabe vivir al saber que se va a romper. Mi reflejo.


Fdo: Tus sentimientos.

Suspiros, palabras y agua.

Es curioso que, siempre me pasa, se me escapan las palabras de mi mente mientras cae el agua sobre mi cuerpo. Y luego nada. Un suspiro. Un quiero y no puedo. Y otra vez. Es curioso que, siempre me pasa, soy capaz de escribir poemas de versos escondidos porque nunca son escritos. Es mi subconsciente el que me dice “olvídalos, esos no”. Y el agua sigue cayendo mientras mi mente sigue escribiendo suspiros sin aliento. “Recuérdalos” me digo, “deben de ser compartidos”. Supongo que no. Es curioso que, siempre me pasa, en el mismo momento que le digo adiós a aquel repiqueteo de agua relajante a la que todos llamamos ducha, en el mismo momento que busco un papel y un lápiz para agarrar esas palabras que se escapaban, me doy cuenta de que, en ese mismo momento ya es demasiado tarde. Es curioso que, mientras yo me secaba, mis palabras ya se las había llevado el agua.

Tiempo.

Tiempo. Palabra maltratada por todos. Algunos dicen que es eso que lo cura todo. Otros que se trata de presente, pasado y futuro, que cuando se va no vuelve, que nadie lo puede manejar, que unos lo pierden y a otros les sobra, para unos hay mucho y para otros demasiado poco, que el tiempo no perdona y que todo lo olvida, que es bueno pero también es malo, que se mide por sonrisas, momentos y alegrías, que las penas no entran en el saco. Que el tiempo es sabio y todo lo dirá. Tiempo. Palabra maldita para unos, esperanzadora para otros. Que no conoce nuestras penas y no sabe curar nuestras cicatrices más profundas, que de mi pasado he aprendido, aquí en el presente sigo y el futuro ya se verá. Que si yo quiero, cierro los ojos y vuelvo a aquella vez de aquel tiempo atrás, que todo el tiempo lo podemos emplear, que tenemos que saberlo cuidar, que cuando no viene, se va. Cuando no lo necesites, piérdelo y cuando sí, aprovéchalo. Que el tiempo perdona si perdonas tú y no se olvida si no te olvidas tú. Que es malo pero también es bueno. Que los segundos, minutos y horas pasan y que las penas a duras penas deben de entrar para dar pena. Que el tiempo solo anda y que tú sabrás lo que tienes que andar. Que el tiempo es tiempo y nada más.

Cobarde.

Me llamaba cobarde. Cobarde por no ser una valiente. Una valiente que escribe sus miedos. Cobarde por tener miedo a escribir y no saber. No saber seguir. Cobarde por no encontrar palabras que me encuentren. Palabras que encuentren lo que he sentido y lo que no y lo que he dejado de sentir. Sentir como no sabes vivir sin escribir y sin embargo no escribes nada porque no te sale así. Así es cómo querías escribir. Como si fuera una pluma que acaricia tus palabras mientras las lees. Mientras cada detalle que encuentras delicado delicadamente te absorbe sin sed. Cobarde. Cobarde que deja de ser cobarde para refugiarse otra vez. Cobarde que deja de ser cobarde si lo intenta no ser.