Nunca he creído en los finales felices y sin embargo no soy capaz de vivir pensando que todo debe acabar mal. Soy una soñadora nata, supongo. Nací creyendo que las pesadillas solo eran sueños que no se habían acabado y que al día siguiente conseguiría un bonito final, es más, solo tenía que cerrar los ojos fuerte y pensar que yo era la superheroína del lugar, así podía con todo y más. Nací creyendo que las palabrotas solo eran palabras grandes que no cabían en la boca de alguien tan pequeña y que todas las verduras verdes, eran plantas, que como las flores, no se debían comer. Pero poco a poco aprendí que esta vida no está hecha para soñadores, que existen los sueños malos que ni los héroes pueden salvar, que existen las palabras feas que te hacen daño hasta al respirar y las verduras que, al no ser como las flores, se deben comer y saborear. Soy una soñadora nata, supongo. Esa es mi descripción más simultánea. Soñar para vivir y que esos sueños se vayan haciendo realidad. Los soñadores, por una parte, tenemos nuestra vida resuelta. No necesitamos ni cerrar los ojos para deshacernos de todo aquello que nos rodea, no lo necesitamos para ver nuestro mundo tal y cómo lo queremos ver. Y eso, queridos amigos, es una virtud. Es tan virtud como, por otra parte, defecto. Defecto porque en algún momento, vuelves. Vuelves al mundo de los No-soñadores. Ese mundo que te aleja. Te aleja de todo lo que tu pequeña imaginación había inventado para tu agrado. Y ahí, querido amigo, ahí es donde te das cuenta de que ese final feliz nunca había existido, y además, como en las pesadillas, ya se había acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario